La tierra nunca es como la ven los demás, siempre es como la imaginamos, como la hemos transformado y recreado a través de los años desde nuestra propia existencia y experiencia, desde las situaciones vividas, desde el cariño, el dolor, a veces el rencor, vivencias con las que finalmente nos vamos reconciliando hasta que finalmente acabamos reconociendo que somos aquello de donde venimos.
Yo soy la tierra porque vengo de la tierra, y me siento tierra. Lo que recuerdo y con lo que me identifico es con el recuerdo de la tierra, la gente trabajando en la tierra, las alegres cenas de la gente después de trabajar la tierra, la generosidad de la tierra, la felicidad de una niña que juega en la tierra en una casa que destila olor a tierra. Viajo y todo me trae a la tierra, los olores a tierra se convierten en recuerdos de la tierra, y avivan los sentidos y la memoria de la alegría de la gente alrededor de una mesa, gente que habla sin parar, y que a su vez recuerda.
Maravilloso es el darse cuenta de que una infancia feliz hace una persona feliz. Difícil tratar de reconciliar la tradición ancestral de la tierra con la modernidad hortera en la que vivimos. Jessie Kesson pensó con otro lugar y otros tiempos en Another Time Another Place, pero nunca dejó de soñar con los años felices de su infancia, los poéticos paseos por el campo a la casa de su abuela o los místicos momentos cuando sentada en un banco de la iglesia no entendía como la congregación permanecía impertérrita pensando en Jerusalén mientras cantaban «Bring me my bow of burning gold, bring me my arrows of desire» y ella se quemaba, extasiada, en el fuego del deseo. Kesson supo mas que nadie hablar de la belleza de la tierra y convertirla en puro lirismo y poesía.
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Me sorprenden las cosas que escribo